"La gente está desmotivada". Esta frase, que escucho a menudo en comités de dirección, no es solo una queja. Es el primer síntoma de una sangría de talento silenciosa pero constante, un problema que va mucho más allá de si la gente sonríe o no en la oficina.

Es crucial entender que el "engagement" o compromiso no es tener empleados contentos. La felicidad es personal, subjetiva y volátil. El compromiso, en cambio, es profesional, medible y directamente ligado a los resultados del negocio.

¿Qué es realmente un empleado comprometido?

Un empleado comprometido no es necesariamente el que organiza el "after-work", sino aquel que ha establecido un vínculo psicológico y emocional con su trabajo y con la empresa. Es alguien que:

  • Entiende su impacto en los objetivos de la empresa.
  • Se siente retado y ve oportunidades claras de crecimiento.
  • Confía en sus líderes y en la dirección estratégica de la compañía.
  • Aporta ideas, se implica y consistentemente hace más de lo que se le pide.

El coste invisible del "presentismo"

La falta de compromiso es el paso previo a la rotación. Es el "presentismo": el acto de estar en el trabajo, pero con la mente (y a menudo el perfil de LinkedIn) en otro sitio. Este empleado cumple con sus horas, pero ha dejado de aportar valor discrecional, esa energía extra que marca la diferencia entre un equipo que sobrevive y uno que innova.

Un bajo engagement es una de las métricas más caras que una pyme puede ignorar.

El coste no está solo en la futura indemnización por despido o en el coste de un nuevo proceso de selección. Está en la productividad perdida, en las oportunidades de negocio que se escapan y en el impacto negativo que una actitud apática puede tener en el resto del equipo.

Por eso, medir y gestionar el compromiso no es una moda de Recursos Humanos, es una necesidad estratégica de negocio. Y va mucho más allá de las encuestas anuales.